En un mundo donde el cambio climático es una realidad aplastante, Google ha decidido lanzar su nueva iniciativa de captura de carbono, que según ellos, representa «un camino crítico hacia un futuro energético limpio, asequible y fiable». Pero aquí viene la pregunta del millón: ¿es esto realmente una solución o solo un cortina de humo mientras sus operaciones con IA se vuelven cada vez más voraces?
El trasfondo oscuro de la IA
La inteligencia artificial ha pasado a ser parte integral de nuestras vidas cotidianas, desde cómo gestionamos la batería de nuestros teléfonos hasta los algoritmos detrás de los coches autónomos. Sin embargo, bajo esta fachada tecnológica se esconden consecuencias difíciles de ignorar. Más IA significa más edificios gigantes llenos de servidores que funcionan sin parar. Y lo que muchos no ven es el precio real que pagamos por ello.
Un dilema ambiental
Cabe preguntarse si asociaciones como la que Google ha hecho con Broadwing Energy para almacenar carbono subterráneamente son verdaderas soluciones o simplemente distracciones. La realidad es dura: entrenar modelos avanzados como ChatGPT consume cantidades astronómicas de electricidad, y en 2027 podría representar hasta el 0.5% del consumo eléctrico global. Además, estos centros requieren enormes cantidades de agua para su refrigeración; por ejemplo, Google usó más de 21 mil millones de litros en 2022.
A medida que crece nuestra dependencia de la tecnología, también lo hace nuestra montaña de residuos electrónicos. Se prevé que esta carga tóxica alcance millones de toneladas para 2030. Con todo esto sobre la mesa, surge una inquietante cuestión: ¿realmente podemos confiar en las promesas verdes de Google? Mientras tanto, sus emisiones han aumentado un asombroso 48% desde 2019 debido a sus inversiones en IA.
Aquí nos encontramos en una encrucijada donde las promesas brillan pero los hechos pueden oscurecerse. La lucha por equilibrar innovación y responsabilidad ambiental apenas comienza.
